En un libro
excepcional titulado Por qué me comí a mi padre, el científico Roy Lewis nos explica la historia
de un mono que a finales del pleistoceno, alrededor del año 125.000 a.C., milenio arriba, milenio abajo, condujo
una horda de semejantes hacia un camino sin retorno. Era un líder nato, un
visionario, convencido de la
superioridad natural de su grupo de homínidos para imponerse sobre el resto de
las especies. Por ello sometió a su horda a todo tipo de pruebas en el camino
imparable hacia el progreso. A este mono esencial se lo considera el padre
putativo de la especie humana, el Rey Mono, el eslabón perdido.
Se ha escrito
mucho sobre el eslabón perdido y su árbol genealógico. Casi todo son
especulaciones y fantasías. A mediados del
siglo XVIII el cónsul inglés en Sicilia Sir William Snow recibió en su palacio la visita de un amigo
llamado Jack Singelton, un emprendedor que había amasado una inmensa fortuna en la
caza y trafico de negros a
las Antillas al amparo del “asiento de negros” concedido por la corona
española. Como regalo protocolario, Jack le trajo al cónsul un ejemplar de
primate excepcional nunca visto en el viejo continente que él mismo había
encontrado por casualidad en una de sus razzias buscando
esclavos. Las tribus indígenas sentían hacia el animal un respeto casi
místico.
El primate
causó sensación en la corte del reino de
las Dos Sicilias. Debido a su porte e inteligencia, se lo consideró un descendiente directo de ese mono
primigenio. Participaba en todo tipo de eventos y recepciones oficiales. Se le
asignó una cámara propia con vistas al monte Etna. Le
pusieron por nombre Jack, como el amigo del cónsul. Poco acostumbrado a la vida
sedentaria en cautiverio, Jack no tardó
en enloquecer en el palacio de Sir William. Perdió las formas. Algunos testigos
atribuyen su locura a la proximidad del volcán que empezaba a despertar de un letargo de siglos. Su
comportamiento empezó a volverse agresivo y rijoso. La gota que colmó el vaso llegó
cuando Jack, en un arrebato de furia, trató de forzar a la esposa del cónsul.
No fue esa la
única razón que llevó a Sir William a ordenar el sacrificio de la bestia, pero
sí la más determinante; el proceso de degeneración era muy notorio y evidente. El
rey mono era una sombra de sí mismo. La civilización no le había sentado nada
bien. Pocos días después de su muerte el Etna estalló en una tormenta de fuego
y ceniza.
Es una buena idea mantener a Jack en su diván símbolo
del lujo de una época que en sí misma ya nació decadente. Me refiero al segundo
imperio durante el reinado de Napoleón III. El diván estilo segundo imperio es un mueble que
retrata su tiempo de una forma inmejorable, caduco, inútil, ostentoso,
lánguido. Colocarlo en medio de la selva lo eleva a
la categoría de símbolo.
Eso debió
pensar Henri Rousseau cuando se le ocurrió pintar esto. Rousseu lo más cerca
que estuvo nunca de la selva fue un fin de semana que se fue de picnic al bois
de Boulogne en las afueras de Paris.
Sin embargo el
cuadro funciona. Tanto que el diván en medio de la selva ha pasado a formar
parte de una tradición. Al diván posteriormente le dio uso el psicoanálisis y
se le han subido criaturas de todo pelaje. Esta es la última de la que tengo
constancia, del pintor catalán Fernández Saus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario