A Hipatia de Alejandría la cultura popular le ha dado el primer puesto
sólo porque ninguna productora de cine ha querido financiar una película sobre
Aspasia de Mileto (613 a.C.); filósofa, discípula de Heráclito, originaria de
Asia occidental (actual Turquía), una filósofa “rigurosa, adusta y severa” según
relata la crónica de Diogenes Laercio, “Vida de filósofos ilustres”. Tan
sistemática en sus razonamientos como implacable, podía defender con apasionamiento un
argumento y seguidamente su contrario sin pestañear y con igual energía y
credibilidad. Fue inventora de la lógica formal antes que el mismísimo Aristóteles; maestra de
silogismos y paradojas. A pesar de todo, el biógrafo Diógenes Laercio, ha intentado minimizar
su importancia como pensadora, supongo que por el hecho de ser mujer. En sus
biografías la considera una vulgar “profesora de retórica y sofística”, y da argumentos que curiosamente hacen referencia no a la inteligencia, sino al
aspecto físico. Dice que “pese a no estar desprovista de algún atractivo, abandonó
deliberadamente los cuidados propios de
una mujer para adoptar un aire varonil
que la despojaba de todo encanto” (D.L., 225-227b). Quizá, digo yo, fuera esa su manera de
competir en un mundo dominado exclusivamente por hombres. Puede. Nunca lo sabremos. Ni de sus textos queda rastro, ni de
su aspecto. Por mi parte, ahora que este 2013 se cumplen 25 siglos de su nacimiento, a modo de homenaje, le dedico un retrato, tomando como referencia la indumentaria de la época y
las palabras antes citadas de Diogenes Laercio.
Cuando le preguntaron al pintor alemán Caspar Friederich por qué siempre dibujaba personas de espaldas contemplando un paisaje, respondió "porque cuando los pinto de frente siempre me quedan con un ojo más grande que el otro". Entiendo perfectamente a Caspar Friederich.